El ataque continuo de China a la identidad y herencia uigur
5 min readSinkiang, VIVA – En una medida deliberada que expone la incesante campaña del gobierno chino para suprimir la cultura y el patrimonio uigur, las autoridades demolieron recientemente el centro comercial de Rebiya Qadir en Urumqi, Xinjiang. Este acto de destrucción arquitectónica es mucho más que la simple destrucción de edificios; Supuestamente fue un intento deliberado de borrar la memoria del espíritu empresarial, los logros intelectuales y la resistencia de los uigures.
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El centro comercial, un complejo de siete pisos construido en 1990, fue alguna vez el centro de la dinámica vida económica y cultural uigur. Con una superficie de 30.000 metros cuadrados y albergando más de 600 tiendas, salas de conferencias y salas de reuniones, el edificio es un testimonio de la resiliencia y eficiencia de la economía uigur. El edificio no es sólo un espacio comercial, sino también un símbolo de la identidad uigur, un lugar donde se reúnen intelectuales, se forman jóvenes investigadores y los empresarios prosperan.
Lleva el nombre de Rebia Qadeer, un destacado empresario y activista uigur que ahora vive exiliado en Estados Unidos, ya que representa las esperanzas y los sueños de una comunidad que lucha por preservar la integridad de su cultura. El propio Qadir salió de la pobreza para convertirse en millonario, construyendo un imperio empresarial multinacional que desafió la narrativa de marginación impuesta por el Estado chino. Su éxito es una dura reprimenda para quienes quieren sofocar el potencial uigur.
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Como informó Directus el martes 24 de diciembre de 2024, la demolición llevada a cabo el 29 de noviembre de 2024 fue una operación cuidadosamente orquestada y rodeada de secreto. Las autoridades implementaron estrictas medidas de seguridad, limitando el acceso a la zona e impidiendo que nadie documentara la destrucción. Se ordenó a los comerciantes locales que cerraran sus negocios y las calles cercanas fueron vigiladas de cerca. Este nivel de control habla del miedo del gobierno chino a la visibilidad y la memoria colectiva de los uigures.
Para los activistas uigures, la destrucción del centro comercial es parte de una campaña sistemática de borrado cultural que se lleva a cabo desde hace años. Desde 2017, China ha demolido sistemáticamente monumentos culturales y religiosos uigures, atacando mezquitas, barrios tradicionales y, ahora, sitios comerciales emblemáticos. Estados Unidos y otras organizaciones internacionales han calificado estas acciones como crímenes contra la humanidad y genocidio, una caracterización que el gobierno chino niega rotundamente.
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La historia del edificio refleja el doloroso curso de la resistencia uigur. Después de que Kadir fuera arrestado en 1999 por intentar compartir información sobre abusos contra los derechos humanos con una delegación del Congreso estadounidense, el centro comercial se convirtió en un símbolo de resiliencia. Después de los disturbios mortales en Urumqi en 2009, las autoridades chinas cerraron el edificio permanentemente, acusando a Kadir de incitar a la violencia, aunque no estaba presente en ese momento.
Este último acto de destrucción es particularmente doloroso para Kadir, que ahora vive en el exilio. Considera la demolición como un ataque personal, una medida deliberada para borrar todo rastro de su contribución al desarrollo económico y cultural de Uigur. “Quieren borrar cada recuerdo de mi trabajo”, dijo a los periodistas, con una mezcla de negación y tristeza en su voz.
La justificación del gobierno chino suena hueca. Afirman que sus acciones son necesarias para combatir el terrorismo y el extremismo, pero la evidencia cuenta una historia diferente. La destrucción sistemática de monumentos culturales, el encarcelamiento masivo de uigures en campos de concentración y la supresión de prácticas religiosas y culturales revelan una agenda más siniestra: la completa asimilación y eliminación de la identidad uigur.
La destrucción de estos centros comerciales es parte de un patrón más amplio de destrucción cultural. Los investigadores han documentado cientos de mezquitas cerradas o alteradas en toda China, y se estima que el 65% de las mezquitas en Xinjiang han sido destruidas o dañadas desde 2017. Cada edificio destruido, cada sitio religioso alterado, es otro golpe a una comunidad que lucha por mantener su integridad cultural. .
Para los uigures, no se trata sólo de un edificio. Se trata de un intento sistemático de borrar su historia, sus logros y su existencia. El centro comercial es una manifestación física del espíritu empresarial uigur: un lugar que fomenta el crecimiento económico, el discurso intelectual y el orgullo cultural. Su destrucción es un crudo recordatorio del genocidio cultural en curso de la comunidad uigur.
La condena internacional ha sido rápida, pero en gran medida ineficaz. A pesar de las sanciones, las protestas diplomáticas y los informes de derechos humanos, el gobierno chino continúa su campaña de represión cultural con aparente impunidad. La demolición del centro comercial de Rebia Qadir es una prueba sombría de la actual crisis de derechos humanos en Xinjiang. La propia Rebia Quader no se rindió.
“Pueden derribar edificios”, dijo, “pero no pueden derribar nuestras almas”. Sus palabras resuenan con una poderosa verdad: que la cultura no puede ser borrada por excavadoras y decisiones burocráticas. La resiliencia del pueblo uigur va más allá del hormigón y el acero y es más fuerte que cualquier intento de suprimir su identidad.
Mientras el polvo comienza a asentarse sobre las ruinas del centro comercial, el mundo no debe apartar la mirada. Esta no es sólo una cuestión local, sino una cuestión global de derechos humanos que exige atención inmediata y sostenida. La demolición de un edificio es más que un acto físico: es un ataque a la dignidad humana, al derecho de las personas a vivir, recordar y prosperar.
La historia del centro comercial de Rebiya Kader no ha terminado. Su memoria seguirá desafiando las narrativas de opresión, un rayo de esperanza para una sociedad que lucha por mantener su identidad frente a la opresión sistemática.
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Este último acto de destrucción es particularmente doloroso para Kadir, que ahora vive en el exilio. Considera la demolición como un ataque personal, una medida deliberada para borrar todo rastro de su contribución al desarrollo económico y cultural de Uigur. “Quieren borrar cada recuerdo de mi trabajo”, dijo a los periodistas, con una voz que mezclaba negación y tristeza.